jueves, 12 de diciembre de 2013

Tacones y frío

El mediodía es soleado y frío. Espero frente al lugar de la cita. Esta vez he llegado primero, algo infrecuente, pues mi impuntualidad crónica no tiene nada que hacer ante su casi enfermiza obsesión por llegar antes de la hora.

Se acerca, y la oigo llegar, el taconeo que acompaña a su paso se eleva con nitidez sobre al amalgama de ruidos enlazados en una calle tan concurrida. Sí, el sonido que trae está por encima del entorno, quizá como un adelanto que muestra su estado de ánimo. Y el mío.

Aparece tras la marquesina, sexual y morbosa bajo la máscara del frío y la tela del abrigo. Ya está mojada, y es tan sólo el principio. Noto al verme la leve muestra del estremecimiento que la recorre, y como su sexo comienza a palpitar. Me encanta percibir esa reacción, que no por habitual deja de ser deliciosa. Busca un beso, pero no se lo doy. Está ahí para que juegue con ella y la use, y eso voy a hacer.

Trae un jersey fino negro de cuello vuelto, bajo el cual lleva la ropa interior que debidamente preparada hace que sus pezones destaquen obscenamente. Trata de cubrirse, pero se lo impido. Es más, le obligo a mostrarse. Una vez abierto el abrigo, y a pesar de que la tela muestra los relieves que muestran cuanto se alegran de verme, pruebo la efectividad de la nueva palabra que hemos añadido a nuestro léxico particular. Así pues, a la voz de "¡Saluden!", los pliegues forzados en la tela se hacen aún más patentes, testigos indiscretos de la firmeza y descarada consistencia de la carne que pugna por salir de su ajustado envoltorio.

Tan llamativos resultan, que no puedo por menos que acariciarlos con el dorso de la mano, para vergüenza y placer de la portadora, y sorpresa y solaz del camarero que nos atiende. De hecho, al final del aperitivo, sus pezones concentran la mirada de medio bar. Y no captan las del otro medio porque es encuentran de espaldas.

Un rayo de sol, una sonrisa y una imagen para el recuerdo. Bella.

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