lunes, 6 de octubre de 2014

Las hojas muertas

Indefectiblemente, es una imagen que remite a los días de otoño. El tránsito obligado de la brillantez del verano al encogimiento del invierno. Un trayecto paulatino, de pérdidas, introspectivo, interior. La sensación de final trae de la mano la de término, el recuerdo de lo que se acabó, de lo que no se pudo hacer. Y aún cuando todo es un ciclo, y volverá de nuevo el reino de la luz, el calor y la piel, la vuelta a los cuarteles invernales, aunque traiga la seguridad del refugio, no deja de tener un aroma a retirada.

A las hojas muertas el viento las lleva, las trae, las arranca. Juega con ellas, las arremolina, amontona y dispersa, entre luces vestidas de gris y el anticipo de los alientos helados que en unas semanas obligarán a bajar las cabezas, humillando el gesto tras la protección del abrigo. Del mismo modo parece jugar con ánimos, humores y deseos que el estío casi obligó a salir de sus cuevas. Ahora el tiempo parece encogerlos, casi con severidad, con firmeza e inexorablemente, minuto a minuto, tal y como se pierde un resquicio de sol cada día.

A veces juega tanto que los ánimos se tuercen. Y se vuelven tan, tan negativos. Pero ya lo sabeís, es cosa del otoño, que trae sus propios vientos. No me juzgueís demasiado severamente por ello.

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