jueves, 16 de octubre de 2014

Todo

Todo....que dos sílabas, tan breves.

Todo. Y además, tan mentirosas.

Pretenden abarcar el Universo, y más allá, y se suelen quedar en nada. O peor que nada.

Es una paradoja que el deseo del infinito acabe por provocar el más profundo vacío. Es curioso además el egoismo asociado a ese todo. A quererlo todo. Pero ¿quién es nadie para exigir ese todo? Aunque sólo se muestre como un deseo.

El condicionamiento del todo. El infatigable ascenso al todo. Todo, todo, todo....lo quiero todo.

Lo quiero todo porque te lo doy todo. Y ...¿a ti quién te pide todo?.  De nuevo, el egoismo, sutil, descarado, infiltrado, sin conciencia. Quid pro quo. Todo, y lo mejor, para mi. Y si no, nada.

Que triste. Precisamente una de las virtudes de la infinitud es la amplisima gama de matices para escoger. Y como ninguno somos infinitos, ni perfectos, es imposible abarcarlo todo.

Que absurda idea, la del todo. Que daños provoca, que frustraciones innecesarias, como aplacan el placer, la felicidad. Tan sólo exacerban el deseo de más, y más. Pero ese deseo....¿es necesario cebarlo?. ¿Necesita un objetivo para que se mantenga? ¿En un crescendo sin fin?

Absurdo.

Ahora recuerdo las sabias y bellas palabras del poeta, hechas canción

"La tristeza no tiene fin.
La felicidad, sí.

La felicidad es como una pluma
que el viento va llevando por el aire.
El vuelo es tan leve, pero tiene una vida breve.
Necesita que haya viento sin parar"

Y ni siquiera el viento es infinito. Aunque a veces lo parezca.


Dejo la versión con Vinicius de Moraes. Seguro que tenía el vaso de whiskey en la mano mientras cantaba. Y el sí sabía que lo esencial es sentir poder llegar a todo. Mas no llegar. Nunca llegar. Es preferible entre medias, vivir.

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