Es curioso que las viejas imágenes sigan siendo aún las más vivas.
Las que más transmiten. A pesar del tiempo, resultan tan naturales y
frescas como si hubiera ocurrido ayer. Quizá se deba a que son
intemporales. O mejor dicho, a que lo que captaron sea la esencia del
deseo perverso, y ese es absolutamente eterno.
Pasan los días, las
pieles, los aromas, otros deseos, pero nada consigue borrar el sabor de
un gesto, el ardor de una mirada, la figura de un sueño, el desorden
del pelo revuelto, la naturalidad del alma abierta o el color de su
aliento.
Antiguo y a la vez tan cerca. Y sin embargo, tan lejos.
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