sábado, 19 de septiembre de 2015

Justine



Un poema de Cavafis, el poeta de Alejandría, me lleva a una novela que son cuatro, una historia de prisiones cotidianas y libertad dolorosa, de piel batida por el viento del desierto y la sal del Meditarreneo, donde se mezclan las semillas de la esencia común de Oriente y Occidente, y a la vez se mantienen puras.

Y una pluma que desgrana en un adagio inmisericorde la herencia eterna en un tejido de instantes intensos, primordiales. De fondo, el eco de las letras que mantienen el aroma denso de una misma historia y sus infinitos matices.

Una Justine implícita, descarada y discreta. Piel, debilidad, voluntad, carne y miedo. Sabroso e imponente miedo.

El origen

Han satisfecho su placer
prohibido. Y del lecho se levantan,
vistiéndose apresuradamente, sin hablarse.
Abandoonan por separado, furtivamente la casa; y mientras
caminan algo inquietos por la calle, parece
como si sospecharan que algo en ellos traiciona
a qué clase de lecho cayeron hace poco.

Pero cuánto ha ganado la vida del artista.
Mañana, otro día, años después han de escribirse
los vigorosos versos que aquí tuvieron su principio.

Cavafis.

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