jueves, 17 de febrero de 2022

La niñita impúber

Era un manojo de contrastes. Manojo, porque los reunía sin orden ni concierto. Como tantas otras, es consciente de la fuerza que le da estar buena y poseer dotes de manipuladora. Una caprichosa zorra mona de manual, vamos. La mayor parte de ellas suele quedarse dando vueltas en el mundo que dominan, seduciendo peleles y haciendo con ellos lo que les apetece. Eso, si no tienes pulsiones que te dan a entender que sentir el control puede gustarte, es más que suficiente para la mayoría. Pero si tienes esa querencia....y ella la tenía.

Su vida sexual era corriente en su ámbito. Un amigo al que se follaba cuando le apetecia y que era solícito y obediente, y los polvos ocasionales con quien se le antoja (está buena, no hay que olvidarlo). Pero el placer no era intenso, la mayor parte de las veces un orgasmo y gracias. De natural no muy lista, sí tenía clara la noción de que podía dar más de sí. Aunque no tenía ni idea de cuánto.

En contra de lo usual, vino a buscarme. No sé qué creyó ver, pero el impacto fue sonado, y lo acusó más de lo que nunca podrá reconocer. Se acercó y nos fuimos conociendo. Tenía claro que mentía, tergiversaba y trataba de llevar las riendas a su manera. Que no era en absoluto de fiar. Sin embargo, poseía algo ominosamente atractivo. Detrás de esa apariencia de niñita impúber falsa y manipuladora, estaba una de las putas más grandes que he conocido. Una puta superlativa. Así que a pesar de saber que no podría jamás confiar en ella, me dispuse a averiguar hasta donde podía hacerla llegar.

Un escrito casual me dio la llave. La imagen de una sumisa (su aspiración secreta hasta entonces) siendo usada sin remisión abrió la caja de los truenos. La visión de sí misma a cuatro patas restregando el coño contra cualquier elemento vertical que le permitiera correrse como la perra salida que es le hacía perder toda inhibición. Y esa fue la línea que la llevó a romper la barrera. Encajada en la pata de la mesa de su dormitorio, no podía parar. Como una perra en celo, se venía una y otra vez, sin apenas espacio para tomar aliento entre corrida y corrida. Hasta 10 llegó a encadenar seguidas, sin que su excitación bajara ni tuviera sensación de hartura. Desde luego, la más superlativa de las putas, y era sólo el principio. La voz ronca llevando el ritmo, los jadeos y gritos callados hacia adentro le daban un aspecto animal.

Tanto, que el siguiente paso era casi obligado. Así que uno de los días que la desconfiada y deshonesta putita impúber se presentó ante su papi para jugar, dejó de haber frotamiento. Como era suficiente con dirigirla tres frases escogidas para que comenzara a hervir, las usé con mayor intención y menor recato que nunca. La voz ronca que delata su estado de excitación incontrolada hizo presencia, y entonces, ocurrió.

“Estás muy perra, putita, ¿verdad?”, le decía mientras la veía asentir.
“Uhmmm, y seguro que estás lista para correrte” y su cabeza y voz ronca afirmaban con urgencia, mientras hacía ademán de llevarse la mano al coño viscoso y los muslos empapados.

“Pues lo vas a hacer, pero sin tocarte. Hazlo, putita, YA.”

Y la muy zorra lo hizo. Una y otra vez, con la mirada a la vez asombrada y perdida y un temblor de piernas que no le abandonó en ningún momento.

Perdió la cuenta y cayó desmadejada al suelo, con su sonido ronco y gutural acompañándola como una letanía perversa. Mirándola así, absolutamente entregada, pensé mientras le decía aquello de “Mira que eres puta” que poca veces tendría ocasión de expresarlo con mayor propiedad que en ese momento.

Quién lo iba a decir, la niñita impúber es la mayor de las putas. Y lo que le queda aún por recorrer.

Lastima que no fuera de fiar y su soberbia no le permitiera apreciar que por el momento sólo yo podía sacar a la puta. Cometió un grave error, y se acabó. Si no, esta vez probablemente me hubiera podido por fin retirar contento. No sé si habrá dado con otro papi que sepa sacar a la puta superlativa, aunque sospecho que no. Nada es perfecto,, qué se le va a hacer.

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