Hoy tenía el día torcido. Estropajosamente torcido. Hasta que por azar, posé la mirada en la rectitud que sólo una mirada oblicua puede desentrañar. Y entonces, todo la incomodad del desorden obligado dio paso a la placentera sensación que habita exclusivamente entre las líneas que me susurran las obscenidades de una complicidad superior. Y el resto de mirones ni siquiera lo puede intuir. Me palpo entre las piernas y veo la inevitable erección. Divinas palabras, sí.
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