De un frescor limpio (sí, limpio, aunque me haya hecho mirar a lo más profundo de mi suciedad esencial). Un frescor tan limpio que consiguió que dejara de mirarme el ombligo y alzará la vista al espejo. Ese espejo que no quiero mirar, porque sé qué imagen me devuelve, y hace tiempo que no me gusta nada. Pero nada de nada.
Hasta hoy, pues de nuevo pude ver aquello que antes saltaba a la vista sin apenas poder ocultarlo. Eso que yo sé que está ahí, y que creo tan potente y deseable que no acierto a comprender cómo no vienen en tropel a quitármelo de las manos.
Pero la verdad es que hace tiempo que ya sólo yo sé que está ahí. Que ya no se ve, y ademas, como bien claro deja el maldito espejo, ha dejado de tener un envoltorio lo suficientemente agradable como para aventurarse a investigar bajo el manto que se deja ver.
A veces, basta un click para despertar. Espero que esta sea una de esas ocasiones. De verdad, de verdad, de la buena.
El envoltorio no está nada mal tampoco, pero vamos, querido... Que solo hay que escucharte para que se caigan las bragas solas jajajaja
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