miércoles, 26 de junio de 2013

Tardes de junio

Echaba de menos ciertas sensaciones. Una conversación cómplice, el aire tibio en el tránsito a la seca calidez del mediodía, cruces de miradas, observar el lenguaje del cuerpo, juegos de distancia.

Poco a poco parece que la temperatura exterior va traspasando la piel y penetra lenta e imperceptiblemente en los cuerpos. Puede que el vino ayude, sin duda. La cautela no desaparece, el dolor es muy reciente, y sus vestigios no se disipan en un suspiro. Aunque los suspiros ayuden.

Leves roces, casi furtivos, quiebros, densidad latente.

Es hora de volver, el calor ya es firme y el sol invita a evitar sus rayos. El paseo de vuelta es breve, aparentemente intrascendente. Más roces, más toques, más miradas oblicuas.

El coche, a la sombra bajo los árboles, espera, relativamente fresco. Ocupados los asientos, una pregunta, una evasiva.....y una mano agarra su pelo, con fuerza, le obliga a girar el cuello. Una leve protesta, y un brillo, aún apagado en los ojos. No hace nada por soltarse. Susurros firmes, piel con piel. No hay nada hecho, pero tampoco acabado. Piel con piel, mirada con mirada, calor con calor, y de nuevo ese nudo en el estómago. Ese que nunca se fue.

Junio tiene siempre algo tan especial. Y sus tardes, aún más. Las echaba verdaderamente de menos.

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