martes, 20 de mayo de 2014

Sabor

Al rodear el viejo huerto, el muro parecía el de siempre; recio, fuerte y con múltiples lugares para escalarlo. El aroma de mayo traía recuerdos de la infancia, el olor de la alameda, los esbozos de alguos frutos en los árboles, las flores, el verde. Un verde de mil tonos distintos, que al peinar el viento los trigales parecía dar cuerpo a un mar interior, de secano.

Aquel lugar de tropelías infantiles, leves, insignificantes, llenas del sabor dulce del peligro, lo indebido, lo prohibido y las frutas que reventaban en la rama porque nadie las cogía. Nadie las cogía, sí, pero mejor que no te pillaran dentro, pues el castigo era seguro y en ocasiones severo. Aunque nadie lo cuide, no se debe entrar en un huerto.

Al llegar a la pared del norte, vimos que esta había cedido. El paso estaba franco, sencillo. No se debe entrar, pero pasamos, sin saltar la valla.  Todo dentro parecía igual. Igual de descuidado, pero atendido. Cada arbol en su sitio aún, salvo algunos nuevos brotes y algunos nuevos huecos. Los aromas, el color......sin embargo, no era igual. El muro caído a nuestra espalda hacía que ese aire furtivo que tenían las incursiones de antaño no estuviera. No, no se debe entrar, pero ya no está expresamente prohibido.

Y es que entrar así no tiene el mismo sabor. Aun sintiendo la misma sensación de alivio al abandonar el lugar, no fue lo mismo. No sé si fue por el muro caído. O porque yo ya no soy el mismo.

Puede que sea una mezcla de ambas cosas. Pero ahora sé que no volveré a entrar. No será lo mismo, y el recuerdo es demasiado poderoso para no pensar en él. Y es que hay cosas que no se deben hacer. Aunque no estén prohibidas.

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