Soy culpable.
Culpable de juzgar por las apariencias.
Culpable de no observar adecuadamente antes de emitir juicio.
Culpable de sacar una palabra de contexto y juzgar de esa forma.
Culpable de no respetar mi propia doctrina y caer en las bajezas de la masa.
Culpable de no pensar.
Culpable de dejar de respetar sin evidencias.
Culpable, en suma, de estupidez.
Una palabra, inseguridad, abrió la espita del buenismo imbécil, y no supe reconocerlo.
Y no, no vale el manido argumento de que la exposición pública de un
texto permite tergiversarlo para juzgar a capricho. No. Se han de juzgar
los hechos. Y los hechos dicen que lo juzgado y condenado era la libre y
consensuada exposición del acto llevado a cabo por dos adultos
conscientes y por lo que expresan, en su sano juicio.
Soy culpable de pensamiento. Pero me gustaría ver las disculpas de todos los imbéciles que lo son de obra, y además dejaron la prueba por escrito. Porque la estupidez no exime de la responsabilidad de la falta. Aunque viendo cómo aumenta día a día el número de estúpidos (o mejor dicho, la proclamación pública de la estupidez, porque imagino que el porcentaje de estupidez en la población debe ser más o menos constante en todas las épocas), quizá pronto cambie esa norma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario