lunes, 3 de diciembre de 2012

Azotes

Una ventana, la tarde fría pero soleada. Da a una calle relativamente concurrida, con tráfico. Las cortinas están ligeramente abiertas, de modo que alguien que mire puede captar lo que ocurre detrás, sin que llame a la vista.

De pie, manos en la nuca, con un conjunto que la cubre y desnuda a la vez, que tapa y expone. Piel blanca enmarcada en tela que ciñe las curvas, las realza. Una ofrenda a la vez tímida y descarada, antesala del juego de contrastes que hace rato que ha comenzado.

Caricias de piel sobre piel, de dedos que arrancan su voluntad apenas con la promesa de un suave toque. Como un capricho infantil, aparentemente incostante y sin rumbo, sin ritmo definido a pesar de la sensación de crescendo, errático pero intensamente preciso.

La excitación aumenta, el deseo crece, el temblor aparece, los jadeos suspiran, las rodillas se doblan, los ojos se cierran, la piel se tensa, la carne se torna hambrienta, el calor aumenta y el abandono va entrando por la puerta.

Una mano ajusta la tela que cubre el sexo húmedo, define con nitidez la zona a castigar.

El primer azote arranca un grito leve. Se arquean las piernas, se tensan los brazos, se vence hacia el cuerpo que la flanquea. Ante la ventana, con la cortina entreabierta.

El segundo aumenta las sensaciones, tras nuevas caricias, y así el tercero....

y el cuarto

y el quinto

El placer supera al dolor, cada gesto lo proclama. Ni siquiera es una delación, pues lo disfruta voluntariamente aunque no lo piensa. Lo pide, lo llama, le llena.

A partir del décimo sube el ritmo y la intensidad. La humedad ya es algo mojado.

Y sigue el undécimo, y el duodécimo......

Aparece un rayo de temor, no puede obtener placer así, no....un susurro inaudible trata de detenerlo, y otro susurro, cálido y firme, desarma la resistencia.

"No podré correrme así"

"Podrás"

El trigésimo alterna caricias y golpes, ya firmes, incisivos, constantes y certeros, sobre el lugar que concentra su placer.

Y sigue el juego. Hasta la cuarentena...y más allá. Las piernas ya no la sostienen, los brazos parecen querer separar la cabeza del tronco, el temblor es ya constante...

"Exponte, zorra, saca el coño hacia adelante, que vea todo el que pasa por la calle como vas a correrte"

Jadeos, suspiros, señal inequívoca de que ya no hay vuelta atrás. El quincuagésimo azote es parte de una serie rápida, cada vez más fuerte, las caderas obscenamente fuera, las piernas abiertas, el cuerpo colgado del brazo que no la azota, que empuja su cintura hacia adelante a la vez que la sujeta.

"puedes correte"

y con el siguiente azote (¿sexagésimo, quizá?) llega la culminación del placer.

Y un nuevo paso adelante.

Ante la ventana, una tarde soleada y fría, como lo es la hoy, un mes atrás, un cuerpo rendido y otra barrera saltada. Mañana, cuando lo piense, seguirá sin querer creerlo mientras que al recordarlo la humedad sobre su ropa dejará firma de la certeza de su verdadera condición.

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