viernes, 15 de febrero de 2013

Huertos de ría

Desde el ventanal, predominaba el tono gris. La actividad en el pequeño puerto era pausada, los paseantes deambulaban perezosamente. El cielo, entoldado, dejaba pasar la claridad justa para que la oscuridad no resultara opresiva en pleno día. Hasta el color del mar parecía estar falto de matiz alguno.

Estaba bajando la marea, y sentado a la mesa, desde la atalaya, las vio llegar, como si de una procesión rutinaria se tratara. En ellas también destacaba ese gris ambiental, tirando aún más a negro si cabe, como si fuera el reflejo, si no de sus almas, sí del ánima de una existencia pesada y grave.

Bajaron ordenadamente por la escalerilla que facilta el acceso al lecho de la ría, y entonces, al seguirlas con la vista, pudo apreciar el parcelamiento del terreno. El hombre que esperaba a su lado captó su expresión de sorpresa y le dio la explicación que esperaba.

"Son hortelanas de la ría. Cada una tiene su huerto, y de ahí salen las almejas que dan fama a este lugar"

Efectivamente, al observar mejor aquel cortejo, comprobó que iban provistas de un capacho y un instrumental similar a pequeños azadones. O ese era el uso que parecían darle, encorvadas sobre si mismas, una vez comenzaron, casi al unísono, una lenta y metódica actividad.

De vez en cuando, se filtraba algún rayo de sol, que arrancaba reflejos de color en las zonas donde se posaba, creando por breves instantes una ilusión de brillo, casi de vida, dentro de aquel cuadro sombrío. Parecía que el día quería abrir el cerrojo que unas nubes densas y tercas se empeñaban en mantener echado.

Una pequeña columna de luz, más persistente que las demás, se quedó fija sobre una de esas pequeñas parcelas. Le pareció al observador tan inusual, que mantuvo su atención fija sobre el lugar, que resaltaba ajeno al resto del entorno. Vio, con cierta sorpresa, que la ocupante había descubierto al quitarse la toca oscura que la cubría unas ropas de color, a tono con el rayo obstinado que se empeñaba en mitigar tanta grisura.

También vio como se detenía y levantaba la mirada cesando la resignada labor; como impulsada por un mandato invisible, se enderezó y se puso a mirar al lugar donde parecía concentrarse la luz dorada. Dejó caer el azadón y se encaminó lentamente, midiendo cada paso, hasta que sus pies quedaron bañados por la luz. Destacaba ahora esa figura intensamente, y en cierto modo parecía consciente de ello. Pero sólo la miraba aquel hombre sentado en su atalaya, aunque ella sentía o creía sentir como se le clavaban centenares de ojos.

Tras un rato sin moverse, abrió ligeramente las piernas, asentándose sobre el terreno, y se quitó el calzado de uno de sus pies.  Fue palpando la superficie, despacio, y comenzó a trazar un círculo leve, de un modo cadencioso. Todo su cuerpo seguía el ritmo que marcaba el juego de ese pie enterrandose en la arena, entrando y saliendo. Estaba dando forma a un baile peculiar, entre ella y la tierra, marcando un ritmo  cambiante, pulsante, pero siempre armónico. Había algo de salvaje en ese lugar brillante, y en la comunión que la danza había establecido entre la mujer y la ría.

En lo que pareció el momento culminante, hinco el pie más profundamente, y con un movimiento natural y sin aparente esfuerzo, extrajo algo pequeño, que parecía compacto. Se agacho, lo recogio con la mano, y lo limpió con cuidado. La luz hizo que resplandeciera la blancura que iba asomando tras la capa gris que iba cayendo.

Lo bautizó con una sonrisa, amplia, y lo depositó con cuidado, casi con mimo, en una pequeña bolsa de tela que llevaba atada a la cintura. El rayo de sol, en ese momento, perdió su batalla contra las nubes, y el brillo cesó. Mas no enteramente. La silueta y la forma de la mujer recortándose contra el muro mantenían un aura de luminosa belleza, que no necesitaba del sol para existir. Levanto la mirada, hacia la atalaya, y descubrió que los cientos de ojos que se clavaban en ella eran en realidad dos. Esbozó una sonrisa, y se dio media vuelta, hacia donde estaban sus herramientas.


"La pasta es para........"

La voz del camarero le sacó de su ensoñación. Miró hacia adelante, donde el brillo continuaba. Notaba cierta tensión en su pie derecho, fruto del juego que estaba disfrutando. En frente, los reflejos parecían atraer cientos de miradas, pero sólo dos ojos se clavaban en ella. Volvió a buscar el lugar bañado por el sol, y continuó con el baile, a imagen y semejanza de lo que vio que ocurrió entre aquel bello cuerpo y la ría.



1 comentario:

  1. Qué arte tiene mi Señor!!

    ¿hace unas almejitas con un buen Albariño?

    catira.

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