La calefacción en el local no funcinaba muy bien. Tampoco la cantante afinaba mucho, y su voz sonaba metálica. Enfrente, una mirada analítica, tímida y a la vez sostenida.
Una conversación larga, agradable, clara, incisiva a ratos y con cierto juego. Dos personalidades diferentes, pero esencialmente afines, ya con puntos de encuentro evidentes, y la promesa de nuevos lugares comunes que han de llegar.
Se acerca el momento de salir, pero no tengo claro donde ir. La noches es muy fría, cae una fina aguanieve y no es cuestión de congelarse. Pero también falta algo. Acordamos que yo decido, y me pongo a ello. Escojo un sitio, que nos obliga a un paseo más bien largo, y al verla delante de mi ya sé lo que quiero hacer.
Lluvia, frío y una deliciosa ropa interior. Unos azotes en la calle, quizá como preludio de lo que ha de llegar.
Entramos en otro bar, para tomar calor y proximidad. Su mano en mi pierna muestra el deseo. Pero, de repente, no me veo. No estoy allí. Lo capta poco después.
Salimos y la acompaño a tomar un taxi. No da ocasión para más. Ni yo. Pudo haber estado bien, pero quizá fue así mucho mejor.
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