jueves, 30 de mayo de 2013

Cargar la suerte

Había un ambiente de algarabía y jolgorio, propia de la expectación de las grandes tardes sobre el papel. Una figura de relumbrón en el ruedo, y dos meritorios firmemente encamindos a ser algo más a no mucho tardar. Por lo tanto, la plaza estaba llena de claveles, whiskeys y pañuelos prestos para salir. Todo estaba listo para que la tarde acabara en triunfo.

En los asientos habituales de la reventa, no había tanto guiri como de costumbre, pero se notaban. Las filas de japoneses que se irían al tercero, miscelanea europea y, como no, norteamericanos. Ruidosos estos últimos, seguros de si mismos. Entre medias, como compactando aquella amalgama heterogénea, los abonados que llevaban con esta ya casi 20 corridas aquel año, y que a pesar del cartel, no mostraban una excitación especial.

Comenzó la figura, con una faena vulgar, fuera de sitio, pero muy aparente. Efectista, que se decía en tiempos. Pinturera, mas sin un ápice de hondura ni emoción. La afición rumiaba el engaño, y aún no manisfestaba nada. El público en general, y por simpatía los yanquis en particular respondieron alborazados, como si aquello fuese el no va más. Uno de ellos, sentado al lado de un aficionado cabal, le miraba y se soprendía de su falta de entusiasmo. Tanto que le preguntó:

-¿No le ha gustado?
-Pues no, claro que no.
-Pero se ha jugado la vida
-Eso va en el puesto, y no se la ha jugado tanto como pueda parecer

Quedo sorprendido por las respuestas, pero no dijo nada, mientras flameaba un pañuelo como la mayor parte de los que le rodeaban.

Los dos meritorios siguieron una tónica similar, aunque no tuvieron tanto fervor popular jaleando sus faenas, tuvieron un reconocimiento inferior a sus méritos. Al menos a los ojos de aquel aficionado, y otros más.
El guiri seguía mirando, y preguntando de vez en cuando, pero no obtenía más respuesta.

La segunda faena de la figura fue igual a la primera, con el añadido de dejar pasar al mejor toro de la tarde sin torear. Eso exasperó a los silentes aficionados, y expresarón su disgusto con inusitada fuerza. Eso dio valor al extranjero a pedir una explicación.

-Señor, ¿qué ha hecho mal?
-Todo.
-¿Todo?
-Sí, para empezar no se ha puesto nunca en su sitio.
-¿Su sitio?
-Sí, su sitio. El toreo es una pelea, en la cual el torero debe vencer al animal, y lo consigue quitándole su terreno al toro. Eso se consigue cargando la suerte.

La cara del muchacho era un poema, y entonces el aficionado le explicó el por que. Según le iba ilustrando, iba asintiendo, y entonces, la casualidad quiso que en ese momento en el ruedo se obrara el milagro, y el torero se enroscó en un natural hondo, largo y templado al toro en la cintura. De repente comprendió lo que era torear.

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