viernes, 31 de mayo de 2013

Más oficinas

Parafraseando a Gabinete,

"oficinas, que lugares, tan gratos para conversar.

No hay como el calor de un azote en la oficina"

Un comienzo habitual. Aquel nick tan magnético nacido de la casualidad atraía los carácteres de curiosidad más perversa. Y quien se atrevía a acercarse a ese aura obligatoriamente tenía en mente una sucesión de placeres intensos aderezados con su dosis de dolor.

Y en este caso no era una excepción. Cuerpo de deportista y cabeza llena de deseos. Desgraciamente, las circustancias impidieron un contacto continuado, pero nos dejó algunos momentos inolvidables.

La hora adecuada era al mediodía, cuando se quedaba sola en su despacho, aunque no en la oficina. Me daba aviso y comenzaba el juego. Un juego de órdenes obedecidas que poco a poco le obligaban a ser más atrevida. El riesgo cierto de que en cualquier momento alguien pudiera sorprenderla la estimulaba considerablemente. Casi tanto como sentir como obedecía a un extraño y hacía cosas que en frío se habría negado simplemente a considerar.

Aquel día parecía especialmente dispuesta. Hasta entonces, los escarceos fueron breves, sin pasar a mayores. Siempre con falda (que gusto alguien así, que no haya que recordarle lo que me agrada), con un interior atractivo, en todos los aspectos. Normalmente, con una camisa, ideal para los juegos. Y la inequívoca voluntad de obedecer.

Se notaba ese deseo, así como las tensiones provocadas por un lado por la posibilidad real de ser descubierta en tareas particulares, y su propia pulsión sexual, habitualmente intensa. Poco a poco fue dejando que la piel tomara preeminencia sobre la tela, y el uso de los instrumentos que poblaban su mesa, mezclados con su imaginación y agitados con calma perversa iban dejando un rastro inconfundible. Sí, la silla daba fe de ello, y había que remediar la situación.

Puesta pues en jurisdicción, me dijo que necesitaba aliviar la urgencia, como nunca lo había pedido, y me solicitó humildemente poder ir al servicio. Así, tal y como estaba, arrodillada en el suelo, expuesta obscenamente y con ansia por ser satisfecha, es como habría de ir, si tanto lo deseaba. Naturalmente, dijo que no podía ser, que el riesgo era excesivo. Le ofrecí como alternativa hacerlo allí mismo, pero con una condición: No podía separar las manos ni las rodillas del suelo mientras obtenía satisfacción.

Me preguntó como hacerlo. Le pedi que me describiera su mesa, y lo hizo. Resultó tener unas patas redondas y de un diámetro suficiente. Le hice notar la forma y consistencia de tales elementos, y lo captó enseguida. Retrocedió entonces hasta que quedó aprisionada una de las patas entre sus nalgas, acercó la silla para poder limpiarla mientras era libre de mover su cintura como quisiera.

Dos minutos después, pidió permiso para vestirse. El agradecimiento iba implícito en ello. Por una vez, en estos juegos, lamenté no poder ver en una cara la sonrisa que me describió que tenía. Y que le duró una buena temporada.

Y es que a veces, las oficinas.....tienen tela. O falta de ella.


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