domingo, 19 de mayo de 2013

Deja vú parte 1

No podía estar ocurriendo así.  No con tan obcecada insistencia. Es más, estadísticamente, había de ser imposible. Seguramente se trataba de una alucinación. O quizá una pesadilla. Sí, tenía que ser esto último, pues las sensaciones eran casi físicas. Tan nídidas, delineadas y precisas. Una pesadilla con los ojos abiertos. Una pesadilla que no me dejaba dormir. Tan sólo cuando desaparecía temporalmente de mi cabeza la imagen, sobrevenía cierto descanso. Y hasta el sueño. Llego incluso a quedarme dormido. Pero es una dicha breve. Y de nuevo, vuelve a suceder, a traición. Una y otra vez, recurrentemente. Casi sádicamente.Un incesante paseo oscilatorio entre la lucidez y la locura. Sin aparente final.

El caso es que hubo un momento en que estuvo de mi mano evitar que ocurriera. Supe en cada instante cual era el paso que no debía dar. Y dejé pasar inopinadamente varias oportunidades de no caer en tan siniestro hechizo. Siniestro ahora, claro, pues entonces ofrecía el lado más dulce. Y gozoso. Y voluptuoso. Y todo lo tentador y exhuberantemente sensitivo que se pueda desear. En cualquier aspecto que se considere. Pero hubo destellos de cierta lucidez a largo plazo que me invitaban a parar aquella desmesura. Aún no escrita pero ya anunciada. Y doy fe de que en dos ocasiones estuve a punto de detenerlo. Pero no lo hice. Y ahora la inercia brutal de todo ese proceso me tenía en un estado de pulsante desazon continua.

La ominosa oscuridad parece brotar de dentro de a intervalos regulares. Sin embargo, la opresión se presenta de improviso, atenazante, espaciendo una angustia obsesiva y lacerante. Grave e incisiva. Urgente. Un pequelo detalle, un recuerdo sobrevenido, una idea, un aroma. Cualquier aparente nimiedad da la vuelta al mundo y me sacude con sobrecogedora agitación. Sin embargo, los momentos de calma no son tales. Una ausencia visible, palpable, sin espíritu ni alma, trasnochados ambos en quien sabe que rincón. La mente ausente, el ánimo huído. Una paradoja me mata entonces. Por un lado, el deseo de hacer cualquier cosa, lo que sea para evitar ese estado, se funde en un crisol con una atonía esteril, que me impide tomar iniciativa alguna. Hasta que una inspiración profunda, una voz externa o un destello de actividad cerebral coherente me sacan de esa marea resacosa que amenza con engullirme.

Y así, ocurre así. Recurrentemente, cabalgando sobre una ola infinta que sube y baja sin parar.

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