lunes, 23 de septiembre de 2013

De brillos, joyas y naturalidad (un fin de semana particular)


Desde luego, hay días en los que la gloria viene de mano de la fortuna, y no hay extraño mal que valga.

Y entonces uno va y se convierte en  El Afortunado tomador de la joya que, en justa y obligada correspondencia, destella a juego. ¿Qué le darán para que esté así?

Sorprendente tomador  (desde luego, ya te vale). Nada de falso ni inexsitente brillante, por supuesto. Inclasificable, si acaso. Que no pendiente de clasificar, naturalmente.

Los brillos iluminaron un catálogo de pequeños y grandes momentos, íntimos unos, compartidos otros (en deliciosa y heterogénea compañía a lo largo de dos maravillosos días).

De reencuentros, nuevas caras, sensaciones viejas y sobre todo, de experiencias tan naturales dentro de la excepcionalidad del juego. Sí, ese quizá fue uno de los mejores sabores, la naturalidad y la sencillez que nos envolvió todo el tiempo, aunque se dieran situaciones tan divertidamente espontáneas como el rallie nocturno con un cambiador improvisado en el asiento de atrás.

Sonrisas, complicidades, cariño, perversidad, emoción, certezas, camaradería real, buen rollo y lo que queda por llegar....¿qué más se puede pedir a dos intensos días?

Y un agradecimiento especial a quienes organizan, periodicamente y sin hacer ruido, tan gratísima reunión. Por y para los asistentes. Parece tan fácil, tan inmenso en su sencillez. Quizá ese sea el secreto, de nuevo, la naturalidad y falta de pretensiones que lo preside todo, más allá de ceder el foco a quienes con su presencia dan vida a todo el evento.

Y es que hay cosas que no se aprenden, se llevan dentro. Por mucho que uno se empeñe.

 




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