jueves, 26 de septiembre de 2013

Retazos de sol y luna

Quedan pocas horas, muy pocas. Tampoco han pasado muchas, tres decenas mal contadas, pero parece que el primer momento queda lejano, escondido en el tiempo.

Caminando la noche, una noche de luna, cálida, iniciática y a la vez, pública y particular.

Resuena el taconeo en la oscuridad tamizada de perfumes y reflejos claros. Enlazados, apurando los instantes, jugando, calle arriba, entre palmeras y silencio. Disfrutando, aún más. Siempre más.

Entre caricias más o menos intensas y susurros, retazos de lo vivido se abren paso sigilosamente, reclamando su lugar en las vivencias de un fin de semana tan particular.

Así, también resuenan en la lejanía otros azotes, menos visibles, inesperados, que trajeron consigo  una nueva cumbre. No , no una, dos. La segunda con una naturalidad pasmosa.

Naturalidad. Mostrar sin dejar en evidencia. Marcas trenzadas sobre la piel más sensible, recuerdos en blanco y violeta, de una figura lasciva, voluptuosa, indecentemente provocadora y sensitiva. Ojos azules de fuego, ardientes, pidiendo ¡como no! más, y más, y más, y mas.

La tensión de la carne exigida al máximo, en un delirio de humedad, calor, morbo y deseo. Y más, y más y más.

Un refresco entregado, en su sitio, ocupando su lugar, en una amalagama de humillación y placer. Y más y más, y más ecos de la piel sometiendo a otra piel.

Y la lujuria desbocada, y el ejercicio de saborear un goloso desenfreno , y más, y más, y más.

Y siempre, el juego de miradas, gestos, mentes y cuerpos.

Fuera del ámbito íntimo, los primeros pasos en sociedad. Meditados, sueves, evidentes. Observando, aprendiendo y aprendiéndonos. Disfrutando de la novedad, del morbo, de la complicidad, de estar entre semejantes.

Llegamos al destino, la luna ya decrece, el mar queda tras la rotanda, y el camino sigue, enlazados, susurrando (¡shhhhhh, suave, que nadie se entere, aunque muchos ya lo saben!). El brillo permanece, se agita, se retuerce, con calma y tranquilidad.

Parecen ya recuerdos, grabados indeleblemente entre rayos de sol y luna. Pero su aroma aún está fresco y su eco, callado y vibrante, nos acompaña ahora y para siempre.

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