miércoles, 4 de septiembre de 2013

El delfín y más

"Necesito el delfín"

Las sensaciones le desbordan por completo en ese instante. Todos sus sentidos están saturados;

La vista, con su propia imagen en el espejo, impactante, excesiva, bella

El tacto, con las oleadas que suben del pecho mezcladas con la piel tatuada por otra piel, ¿o ya era la suya?

El gusto, con el sabor del cuerpo de quien la había llevado a ese estado explotando ahora en su boca

El oido, con el susurro que constante la mece y constante la pone en su sitio

Y el olfato, aspirando con el rostro enterrado el aroma de la presencia que la subyuga

Todas confluyeron en ese instante. La sensibilidad en su estado de máxima receptividad, era casi dolorosa. La frontera entre el placer y el dolor no existe, el mismo estímulo, ahora es insoportable, ahora exacerba el deseo, y no es posible saber si duele o place. Ni falta que hace.

"Necesito el delfín, oh dios"

Colgada de una mano, punzadas rojas salpicando un pecho púrpura, sin posibilidad de zafarse o moverse y la vista fija en el espejo.

Se acerca el auténtico cénit, la explosión salvaje, parece que las fuerzas huyen, un último aliento, las gotas ardientes caen, y una última, más cercana, más caliente, más concreta ("me atraviesa, es una descarga, por favor, lo suplico")

Y cede el dique ante el empuje torrencial de todos los sentidos unidos, ya sin medida, sin voluntad, sin energía, sin consuelo. Un grito ronco, sostenido, vibrante conduce casi entre estertores el último hálito que le queda al cuerpo al tiempo que explota, de dentro hacia afuera, en mil suspiros incontrolados y eternos.

Cae desmadejada, en el mismo lugar donde lo hizo el día anterior. Pero no es la misma. Ya no. Hay una marca indeleble, perenne, que acaba de tomar forma mientras se acurruca  entre los brazos que la acogen, al abrigo del aroma que la envuelve, de la mirada que la conforta, de los sonidos que la mecen y del sabor de saberse suya.

Dolorosa, placentera, marcada y agotadamente suya.

El delfín es historia.


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