lunes, 26 de agosto de 2013

Principios

Un paseo sirvió de detonante. Un simple paseo. Puede que estuviera predispuesto desde antes de empezar a caminar. Aparqué, por casualidad,  delante de un bar que tiene un nombre en mi cabeza, lugar que me trae gratos recuerdos. Por supuesto, ya no se llama así, y será difícil que nadie recuerde ese nombre, pero el lugar sigue siendo parecido, aunque le falta el encanto de entonces.

Cuando lo conocí, estaba al principio de formar otro yo. Se estaba gestando algo que luego distó mucho de ser un periodo que pueda recordar con cariño, pero las cosas son como ocurren, y no como nos hubieran gustado que sucedieran. Y por otro lado, el valor de la experiencia está en como se toma.

Volví a caminar ¡tantos y tantos años después! por aquellas calles en una noche de verano de agosto. Ya habían acabado las fiestas, pero yo seguía viendo el bullicio, las luces, el aroma, el polvo (aún no se había extendido la moda de pavimentar cada metro cuadrado de una localidad) y la excitación y el calor de las gentes entregadas a disfrutar.

Pasé tras la plaza, por los arcos, las calles, los bares, los rincones apartados....todos aquellos lugares que yo pensaba olvidados y aún están frescos, soprendemente frescos en mi memoria. Cada uno me traía un soplo cautivo y eterno; aquí un chiste, allí unas risas, acá una lágrima, allá un beso, confidencias perdidas y por todas partes camaradería, libertad y juego. Mirando atrás, creo que aquella vez fue la última vez que me sentí absolutamente libre, sin ninguna obligación hacia nada ni nadie.

Busqué el bar donde íbamos invariablemente a comenzar la noche. Un lugar de tapeo y cañas. Apretado y con sabor. Nos situabamos en una esquina, cerca de la plancha, e ibamos pidiendo y riendo. Al llegar a la puerta, me despistó, era mucho más grande. Pero al asomarme, vi aquella plancha y me envolvió el aroma, que era el mismo, a pesar de la reforma que lo ha puesto al día con los gustos de hoy. Pero mantiene la esencia. Y como pude comprobar después, una de las mejores planchas de la sierra.

A la espalda estaba la plaza de toros (ya no) donde toreé aquella vaquilla sin saberlo (me lo contaron después, y es una suerte que ahora pueda plasmarlo) y luego di diez vueltas al ruedo que a mi me pareció media.

Y un poco más abajo la urbanización donde vivían aquellos ojos azules y labios carnosos, tan gustosos. La primera rotura de principios de la que soy consciente. Ahora sé que pasó entonces, y ahora soy capaz de manejar situaciones como aquella. Entonces, no, no sabía. Ni comprendía. Y he tardado mucho en hacerlo. En aquellos días no supe que ella traicionó los principios de el mundo que conocía por que yo se lo pedía. Y no supe apreciarlo. Seguramente habría traspasado ese umbral con otra persona, tarde o temprano. El carácter es así, y no se puede sujetar con corsés falsos. Pero lo hizo conmigo. Su amiga me explicaba como se sentía, y yo no lo veía. Dejé que cosas pequeñas evitaran que disfrutara de algo grande. Eso marcó esa etapa durante unos años. Aunque obtuve otras cosas, claro. Ahora recuerdo aquellas explicaciones, y las comparo con las sensaciones que se plasman en escritos, palabras, sonidos y gestos. Y son como aquellos.

Saltando por encima de los principios.  Que también es un comienzo. Un delicioso y eterno comienzo.


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